Este escrito me lo envió mi compañero Enrique Guerrero Osuna (más conocido como el Charro) al cual le agradezco que nos comparta sus aventuras.
Aventuras africanas
Por el
Capitán Piloto Aviador Enrique A. Guerrero Osuna.
Como todos ustedes saben
algún tiempo atrás tuve que aceptar un trabajo en África. Basado en Johannesburgo,
África del Sur en una ocasión me comisionaron para ir a volar a la República
del Congo, con base en Brazzaville, que no es lo mismo que la Republica Democrática
del Congo, cuya capital es Kinshasa. Aclaración: La República del Congo fue una
colonia francesa, mientras que la RDC es
ahora lo que fue el Congo Belga, colonizada por los belgas y que posteriormente devino en Zaire. A ambos países
solo los divide el enorme rio Congo. Decir enorme es quedarme corto, con
mencionarles que es el único rio en la tierra que atraviesa dos veces el
Ecuador, una corriendo de sur a norte y luego invirtiendo su trayectoria de
norte a sur para desembocar en el Océano Atlántico con un prodigioso caudal. Los
dos países son de habla francesa por lo que Global Aviation, mi compañía, sabiendo que yo hablo un poco de
francés, no tuvo ningún inconveniente en
asignarme al Congo (Ya saben, con el tiempo me entere que ninguno de los
pilotos de Global quería ir al Congo, por muchas razones, así que ¡manden al
mexicano!)
Yo, igual que ustedes, me
imaginaba el Congo como un país selvático, lleno de lianas y peligros, y si lo es, eso es una realidad, es más, está
situado a ambos lados del Ecuador terrestre, y en su parte norte tiene una
región montañosa muy conocida por albergar una considerable población de
gorilas, pero eso es más que nada una curiosidad turística. Un viaje a esas
selvas está reservado solo a personas que pueden sufragar grandes cantidades de
dinero. Yo iba solo a trabajar. Por si tienen dudas de que fui solo a trabajar
les digo, desde el primer momento que pise suelo congolés, el encargado de la
estación en Brazzaville me dijo: don´t leave the premises captain, and put your
uniform because you are on a standby for a flight in a couple of hours”. (No se aleje de las instalaciones capitán, y póngase
el uniforme porque está en situación de alerta para un vuelo). Cielos, pensé
para mí, estos sudafricanos sí que no saben perder el tiempo, acabo de llegar
de México y ya me quieren poner a trabajar. (Y efectivamente, al poco tiempo
salí de vuelo). Mientras tanto, ya de
regreso en el aeropuerto vi otra vez al jefe de la estación, a quien yo conocía
desde nuestras operaciones en Bagdad y Kuwait discutiendo con otras personas,
me acerqué y escuche una mezcla de inglés y francés, por lo que le dije a mi
jefe: “si puedo ser de ayuda yo hablo un poco de francés” lo dije en inglés y
lo repetí en francés, diciendo eso todos
los del Congo se voltearon conmigo y me dijeron: Nous Somme enchante que vous
parle la langue francais” (Nos da gusto que usted hable francés) y yo les dije: Mais, parle lentament, si vous
plait, (sin embargo, hablen lentamente por favor). Mi jefe, el señor Wilhelm
Van Riet (comprensiblemente sudafricano) también me jalo aparte para decirme:
wonderful captain!, de aquí en adelante va a ser usted mi traductor porque a
los locales no les entiendo ni papa, ni ellos a mí. En buena bronca me metí. Y
como se dice, “de ahí pa´l real”, casi todos los días me llamaban para ir a la
oficina de Mistral Aviation a dilucidar y coordinar asuntos entre las dos
compañías, menudo problema para mí, porque imagínense la responsabilidad de que
hiciera una mala traducción o una mala interpretación. Afortunadamente todo salió
bien y nunca tuvimos problemas. Eso si, jamás me separe de mi diccionario, en
África primero salía sin calcetines que sin mi diccionario
español-francés-español.
Tuve varias anécdotas, les
voy a contar una de ellas: Una vez ya enfrascado en los vuelos todos los días,
en una ocasión aterrizamos en el aeropuerto de Point Noire, en la costa del Atlántico, al llegar a la plataforma
se sube el despachador local (todo un personaje muy simpático) y de buenas a
primeras yo le preguntó en francés: “Ou est le petrol” queriendo saber dónde
estaba el combustible. Él me contesta sorprendido: “le petrol?, Monsieur le commandant, est a la mer, beacoup de petrol a la mer” (El
petróleo, señor comandante, está en el mar, hay mucho petróleo en el mar) Al
escuchar aquello solté la carcajada e igual hizo el despachador, porque
efectivamente hay mucho petróleo por toda la costa occidental del continente
negro, o sea África, no se sabe si para bien o para mal, pero yo me refería a
otra cosa. Ya que nos hubimos calmado le explique que a lo que yo me refería era
al combustible para el avión, oui, le
carburant pour le avión, él se volvió a reír y yo también, total, finalmente
llego el combustible y volvimos a salir. Pero de ahí en adelante ese despachador
nada más me veía llegar y decía: “Bienvenue Monsieur le commandant petrol” y
soltaba la risa, así que de la carrilla no me escape.
Con cierta tristeza desde el
primer vuelo, al observar al personal de tierra los veía que traían unas
camisas que ya habían visto sus mejores tiempos, totalmente raídas, por lo que
decidí regalarles la mayoría de las camisas blancas del uniforme que yo había traído
desde México. No saben la felicidad que vi en sus caras en el momento en que
les di mis camisas, eso sí les dije, los quiero ver con ellas bien lavadas y
planchadas. Ya sabrán, cada vuelo llegaban orgullosamente hasta la cabina
“rechinando de limpios” con sus camisas relucientes, ellos felices y yo también
de poder ayudarlos, aunque fuera en una mínima parte (después les di mis
zapatos del uniforme también). Ellos a su vez nos conseguían cervezas Ngok,
claro, previo pago, pero no se crean que teníamos mucho tiempo libre, como les
digo, los sudafricanos realmente me pusieron a chambear, de sol a sol.
En otra ocasión llegamos en
nuestra desvencijada camioneta, eso sí, Renault, al “hotel” entre comillas, donde
vivíamos en Brazzaville, y me encontré con el vigilante al cual ya me había yo
conchabado para que fuera “mi secretario”, o sea que me hacía pequeños mandados
por una propina. Estaba sentado muy triste tratando de escuchar su radio, de
aquellos viejos de transistores, y le pregunté: “¿Qui is quil pase avec votre
radio?” y me contesto: “les batteries, Monsieur” y me dijo textualmente: “Je nai pas de l´
argent pour acheter les batteries, pas de l´argent” (Son las baterías, señor, no tengo dinero para
comprarlas). Y ya entrado en razones le
dije que cuanto costarían las baterías, me contesto que no sabía, así que fui a
dejar mis maletas, me cambie y salí rumbo al estanquillo de la esquina a
comprarle las baterías, se las entregue y casi me quería besar la mano, ¿Cuánto
me costaron las seis famosas baterías?, menos de 3 dólares, pero me gane la
gratitud eterna de esa persona. Todos los días lo estuve viendo con su radio
haciendo la seña universal en la aviación de todo ok con el pulgar hacia arriba
(yo se lo enseñe y le dije: eso significa que tout ca va bien, que todo va
bien).
Las tripulaciones de esos
vuelos eran verdaderamente multinacionales: el capitán mexicano, el copiloto o
primer oficial sudafricano, las sobrecargos, la In Charge o Mayor era
sudafricana, y dos más del Congo, así que yo tenía que dirigirme con ellos solo
en inglés, las instrucciones reglamentarias que marca la ICAO (OACI) (International
Civil Aviation Organization) (Organización de Aviación Civil Internacional) para
los tripulantes se las daba en inglés, pero las sobrecargos del Congo no me
entendían, ni ellas se podían entender con la sobrecargo mayor sudafricana,
total como podía les explicaba todo en francés otra vez y ya se calmaban. Eso
era todos los días, con decirles que hasta el tiempo meteorológico se los tenía
que traducir: le temp a Brazza (diminutivo de Brazzaville, capital del Congo) est
couvert et pluvieux, la visibilité est limité a 2 kilometer, (el tiempo en
Brazzaville esta nublado y lluvioso con la visibilidad restringida a 2 kilómetros)
y así por el estilo. Eso sí, cuando veía que me entendían me daba un gusto
enorme y me sentía orgulloso de poder hablarles en su lengua natal.
Cuando en La Paz tome mis
lecciones de francés, jamás me pude imaginar que las iba a necesitar andando el
tiempo, todas las lecciones que aprendí en la Alianza Francesa me fueron de
gran utilidad en África, con ese conocimiento me pude desenvolver sin
problemas, la pronunciación que aprendí en la Alianza Francesa de La Paz era
fácilmente entendida en el Congo, de manera que le brindo un agradecimiento
público a mi maestro Rubén por permitirme expresarme en una tercera lengua para
mí, con la respetuosa aclaración que
todavía me falta mucho por aprender de la lengua de Dumas, prácticamente estoy
en pañales, pero ahí vamos avanzando. Otra anécdota para tratar de comprender
la forma de ser de los africanos, esta me la conto mi amigo Vessie un
sudafricano: Una señora llega a la oficina de correo en Bloemfontein y cuando
le llega su turno pone una caja en la báscula pero a lo ancho, de tal manera
que a ambos lados de la báscula sobresalía su caja, pesaba 14,8 kilos, pero la
empleada le dijo que la parte que sobresalía no podía ser pesada por lo que no
podía aceptar esa caja, la muchacha agarro la caja y la paro, y efectivamente
seguía pesando 14.8 kilos. La empleada le siguió diciendo que no podía
aceptarla porque sobresalía de los lados y que esa parte no se podía pesar y no
se la acepto. Eso solo pasa en África, dice mi amigo, y yo le digo: no estés
tan seguro.
En otra ocasión se me venció
mi vacuna contra la fiebre amarilla, así que me mandaron a aplicármela en un
centro de salud de la ciudad. Al llegar, me recibieron muy amablemente y me
puse en la fila. Pude observar como la mayoría de las habitaciones de aquel
centro de salud carecían de piso, estamos hablando de la capital de un país y
entre las enfermeras escuche claramente cuando se dirigieron a mi como el
“pilote russe” (piloto ruso) debido a
que en aquel tiempo había un gran número de pilotos rusos volando en el Congo,
y para ellas, yo era uno de ellos. Tremenda sorpresa se llevaron cuando les
dije que era mexicano. Igual me sentía cuando salíamos a dar la vuelta por el
pueblo, imagínense, dos pilotos más o menos blancos, (uno, o sea yo) requemado
por el sol y el otro sudafricano con dos sobrecargos parecíamos un punto
perfecto para un asalto entre aquel mar oscuro (sin tratar de ofender). Dos
veces nos atacaron verbalmente en francés cuando caminábamos tranquilamente (y
dos o tres pedradas de advertencia), así que bienvenidos no éramos, por lo que
optamos por restringir nuestras salidas a los alrededores de nuestros
aposentos, hasta que nos llegó el relevo.
Hasta
el próximo relato